Fotos Alfredo Betancourt

Corrían los difíciles años ochenta, y la quietud de la Casa Comunal de Cultura de Plaza se resquebrajaba ante el embate de la oficialidad, por tratar de abortar un lindo proyecto que, contra viento y marea Mireya Felipe y María Gatorno, Directora y Sub Directora respectivamente de dicha institución, trataban denodadamente de hacer progresar: un espacio para el rock.

Era un hecho que esta manifestación cultural, a pesar del aislamiento y las duras prohibiciones, logró traspasar la muralla de bagazo de caña impuesta por los altos representantes de la cultura en nuestro país.

¡Rock no, es extranjerizante, y heavy metal mucho menos! Esas eran las voces oficialistas, que se dejaban escuchar y contra las que tenían que enfrentarse estas dos valerosas mujeres, buscando un lugar para los jóvenes amantes de esta manifestación cultural, donde la misma pudiera ser practicada.

Pronto Mireya fue trasladada a otra institución y María quedó sola, enfrentándose con toda valentía contra los viejos conceptos e ingeniándosela, con su suave y modulada voz, más propia de una fiel representante de la música clásica que del rock, para hacerle comprender a la nomenclatura oficial de Cultura, los beneficios de agrupar a estos inquietos jóvenes, y crearles allí, en el patio de la Comunal, un espacio para ellos.

Poco a poco se horadó la intolerante muralla, y cada pequeña grieta de la misma fue inteligentemente aprovechada por María, quien paso a paso fue ganando terreno. Así, con valentía, esfuerzo y denodada abnegación, se transformó ese espacio en lo que todos conocimos como El Patio de María. Ella fue sin dudas, el Alma Mater que cobijó en sus brazos a todos esos muchachos marcados y rechazados, por el miedo y la intolerancia oficial.

Hoy, a muchos años de aquellos inicios, cuando ya el Patio despareció como tal y María no está allí, un entonces joven-debutante-del-lente-y-el-obturador, introduciéndose en ese mundo de frikis, rock y policías, se convirtió de hecho en testigo ocular del acontecimiento. Así, Alfredo fue llenando cajones y cajones de rollos y pruebas de contacto, donde se plasmaron los rostros y momentos de aquel hecho ya histórico. Nunca nadie se quiso comprometer a publicar aquí esas fotografías. Ahora, desde Francia, donde vive hace ya algunos años con su esposa e hijas, trabaja en el proyecto de un libro que pronto saldrá a la luz, rindiendo así un merecido homenaje a María, al Patio y a todos aquellos jóvenes dispersos hoy por el mundo, que conforman una parte muy importante de la diáspora cultural cubana.