Creo que después de ignorarnos ambos durante tanto tiempo, el primer paso en la relación nuestra con éste pueblo continente (por su extensión, su población y su PBI) la dio Brasil, cuando el Plan Real comenzó a hacer agua y al ver como Chávez y Venezuela, adquirían protagonismo ideológico en la región, a través de su clientelismo económico y a pesar de ser una economía en crisis.
Ante la necesidad del empresariado carioca de buscar penetrar en mercados menos competitivos que los acostumbrados y escenarios más favorables para invertir capitales, ante la elevada presión tributaria interna; la visión geo-política de la clase dirigente brasileña, fue recogida con satisfacción y encontró eco, en un país como el nuestro; donde para el modelo económico imperante, la apertura hacia nuevos mercados, la integración con el gigante latinoamericano (que sobre todo en lo vial nos permitía salir al Atlántico) el intercambio comercial y la interrelación, seria ampliamente favorable en diversos sectores, como por ejemplo el turístico, donde el eje Brasil-La Paz-Cuzco no estaba explotado en su verdadera dimensión.
Acostumbrado a mirar siempre al frente de sus costas, la política exterior brasileña comenzó a mirar hacia su patio trasero y a tener una mayor presencia en la región, al exportar a países como el Perú, de la mano de un líder carismático como Lula, un modelo de izquierda más moderado y aparentemente más institucionalizado que el de Chávez, a través de patrones de tecnología, de industrialización y de inversión, que podían competir con los mercados tradicionales a los que nosotros echamos mano. Pero el problema es que ni Lula es el gran líder, ni el estadista que reza la propaganda, ni el PARTIDO DE LOS TRABAJADORES, es un instrumento de cambio, ni Brasil es un icono ideológico, político y económico como lo es Inglaterra, Alemania, Italia o Francia; sino un gigante latinoamericano que tiene un pobre crecimiento de su PBI por año ( 2.7%) una alta inflación anual (6%) y un alto nivel de corrupción, que es el que ha puesto hoy a millones de ciudadanos en las calles, hartos del sistema, de su realidad y de su clase política.
Con Brasil ha sucedió lo que le puede pasar al Perú en el mediano plazo, si no se hacen correcciones al modelo primario exportador; una bonanza económica producto de alza de precios de sus comoditis o de lo que se suele llamar la oferta exportable, que se ve perjudicada por la baja en los precios de sus productos exportables, por la competencia de mercados como el chino a sus manufacturas, en un contexto que esta marcado por el agotamiento de recursos naturales, por la incapacidad para hacer reformas a un estado que es incapaz de redistribuir el ingreso y de hacer una nación más igualitaria y por la poca inversión pública ante el elevado pago de la deuda externa y una política de subsidios, que es clientelismo y no inclusión social.
El que en un país como el Perú -sin partidos, sin una clase política con visión y sin un concepto de nación- el "progresismo" brasileño, sus capitales y su dinero, sirvan (para vender un modelo que no es el nuestro por varias razones) para llegar al poder, para financiar no solo el hacer política en la interna, sino los grandes negocios, que el clientelismo, las relaciones y la corrupción permiten; siguiendo el modelo verde amarillo de los nuevos Taitas del Perú del Siglo XXI; es el resultado de nuestra histórica proclividad a copiar modelos siempre. Por eso vemos empresas y capitales brasileños financiando las grandes obras de un país que busca modernidad y las posibilidades de poder que permitan nuevos negocios. Por eso desde Alan García hasta Ollanta Humala, pasando por Susana Villaran, se inclinan reverentes ante los pentacampeones mundiales. Brasil es un gigante latinoamericano, pero también es un país tropical y nosotros a pesar de nuestro crecimiento, tenemos cosas de República Bananera o de perdida una Republiqueta.
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