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Si observamos el comportamiento de la economía cubana durante el año 2012 y los casi seis meses transcurridos de este 2013, salta a la vista que, a pesar de la actualización y de los lineamientos (en realidad una simple lista de deseos), se destaca la ausencia de logros importantes, capaces de
indicar, al menos, que se transita por un camino correcto. Ni la agricultura (un verdadero desastre), ni la industria, ni las construcciones, ni el transporte han avanzado y, por el contrario, se mantienen rezagados, sin aportar al país en su conjunto ni al mejoramiento de la vida de los ciudadanos. Los únicos éxitos se reportan en la denominada colaboración internacional (alquiler a bajo costo de profesionales) y en el turismo, aunque en este último llegar a los dos millones de visitantes (cifra irrisoria para cualquier país del área) ha sido toda una proeza, a pesar de las muchas inversiones hechas y del capital extranjero presente en el mismo.
¿Qué sucede en realidad? Las pocas medidas tomadas, reducidas en su alcance por absurdas restricciones, e incorporadas de forma exageradamente lenta (en lo que va de año no ha habido nada nuevo), conspiran contra el desarrollo y, peor aún, no acaban de liberar totalmente las fuerzas productivas y permitir su expansión en todas las esferas.
La política continúa primando sobre la economía y, ante el temor del costo a pagar (que necesariamente habrá que pagar por décadas de errores y voluntarismo), se sacrifica la economía, apostando a un incierto futuro milagroso, a la aparición de petróleo, a un cambio de la política de los Estados Unidos, a la unión económica latinoamericana y hasta a la influencia que ejercerá sobre la región la ampliación del Canal de Panamá y las posibilidades que aportará al puerto del Mariel, esperando que alguno de estos fenómenos nos saque las castañas del fuego.
Los problemas económicos de Cuba, así como los políticos y sociales, se ha repetido hasta el cansancio, debemos resolverlos los cubanos todos, los de dentro y los de fuera, con nuestros recursos, esfuerzos e inteligencia. Mientras esta participación no se acepte por absurdos y arcaicos condicionamientos políticos, y un pequeño grupo de elegidos se considere el dueño de la llave de los truenos y el único capaz de hacerlo, a pesar de sus múltiples fracasos, muy poco se logrará.