Doto Peter Deel
Cuando se escribe o se habla en los medios oficialistas sobre la educación en Cuba, siempre se establece un preámbulo obligatorio, señalando lo mala que se encuentra en el resto del mundo, incluyendo los países del denominado primer mundo. Entonces se pasa a señalar la situación alentadora de la cubana, donde los
estudiantes, además de la educación, tienen garantizados los cuidados de salud, la alimentación y otros servicios básicos. Sin embargo, los que padecemos el socialismo cubano sabemos que no exactamente así.
Si en los primeros tiempos, refiriéndome sólo a la educación, aprovechando las instalaciones, la base material y los maestros titulados existentes, ésta tuvo calidad, muy pronto, con los experimentos pedagógicos fracasados y otros inventos (cierre de las Escuelas Normales de Maestros, preparación de éstos en lugares inhóspitos para fortalecer su compromiso revolucionario, cursos rápidos en plazos mínimos, incorporación a la docencia de personal débilmente preparado, sustitución de profesores por clases televisadas, escuelas en el campo, etcétera) comenzó a declinar hasta la situación actual , donde una gran parte de los buenos maestros se encuentra en edad de retiro y no existe ni se avizora un relevo competente, dado el poco interés de los jóvenes en ejercer esta profesión, por existir mayores incentivos y mejores condiciones en otras.
Además de sus conocidos y sufridos problemas materiales y docentes, la educación cubana no ha podido preparar los ciudadanos que necesita y necesitará el país a corto y mediano plazo. Tratando de priorizar la política y la ideología sobre la docencia, se ha deformado la escuela cubana, que siempre gozó de respeto desde la época de Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Martí, Varona y otros muchos, produciéndose una pérdida sensible de valores, lo cual es palpable a diario en las calles de nuestros pueblos y ciudades, y que comparten por igual diferentes generaciones. Rota desde hace muchos años la relación maestro-estudiante-padres, al Estado abrogarse el monopolio de la educación, el tratar de restaurarla ahora no es tarea fácil, más aún, cuando en lugar de apostar por la formación de ciudadanos se continúa apostando por la formación de patriotas, entendiendo por tales los fieles al modelo. Se plantea rescatar el sistema de valores de la revolución, cuando en realidad los que debieran rescatarse son los valores nacionales, mucho más importantes y trascendentales que los planteados.
En un escenario social de absurdas y arcaicas imposiciones ideológicas desde el poder, es poco lo que pueden hacer los maestros (si actúan como tales y no como simples transmisores de una ideología fracasada, en la cual ni ellos mismos creen) y los padres y el resto de la familia, también obligados al ejercicio de la doble moral, que en definitiva significa la carencia de ella. Ante esta realidad, atrapado en el medio de estas tensiones, al estudiante sólo le queda el camino de la evasión, mediante el alcohol, las drogas o el éxodo, o el de la rebeldía individual o agrupado a alguna de las muchas tribus urbanas existentes (emos, rockeros, raperos, reparteros, patinadores, etcétera).
Considero que, más que organizar y realizar grandes eventos para mostrar al mundo los logros de la educación cubana, los esfuerzos y recursos debieran emplearse en enfrentar esta situación concreta, que hipoteca la identidad nacional y atenta directamente contra el país y su existencia como tal.