Existe una nueva oleada de trabajadores de la salud pública, cuya función es visitar las casas para detectar focos del mosquito aedes aegypti. Casi todos son personas mayores, jubiladas, provenientes en muchos casos, del Partido o de las fuerzas armadas, quienes parecen haberse tomado muy en serio esta tarea. Estas personas irrumpen a cualquier hora en la mañana o la tarde, y se molestan sobremanera cuando alguien no puede o no quiere, por las razones que sean, atenderlos. Entonces tocan timbre de manera obsesiva, golpean con frenesí las puertas de los vecinos, y algunos hasta lanzan amenazas, en voz alta
, para que los demás escuchen y tomen nota.
Tengo una amiga que vive sola y está convaleciente de un accidente. Su apartamento se encuentra en un piso alto de un bello edificio de los años cincuenta, en el Vedado. Desde hace un par de semanas una de estas inspectoras del focal, como se autodenominan, ha estado visitándola e insistiendo en que le abra y le permita entrar a revisar su casa. Mi amiga, a través de la puerta le ha dicho que no puede abrir, que está sola y tiene problemas de locomoción. Sin embargo esta señora, muy enojada, la ha amenazado con ponerle multas y hasta ha tenido el atrevimiento de regresar una y otra vez, sola o acompañada de un miembro del CDR, para obligarla a abrirle. Como quiera que ha fracasado en su empeño, ésta le hecho denuncias ante el comité de defensa de la revolución del edificio en cuestión. Mi amiga, se ha mantenido firme en su decisión y, aconsejada por personas que la estimamos, ha ido a denunciar este acoso ante la autoridad médica del policlínico de la zona, a la que ella pertenece y que responde por estos inspectores.
Hoy mismo, estando en casa, que tampoco le abro la puerta a desconocido cuando estoy sola, tocaron fuertemente el timbre. Pensé que era alguna amistad muy cercana y salí del baño envuelta en una toalla, me asomé al balcón sin que me vieran, y resultó ser uno de estos inspectores del focal, ya asiduo a la zona, que tocaba el timbre insistentemente y, digamos que con cierta furia. El no me pudo ver, pero yo si, por lo que regresé a continuar mi baño interrumpido y el señor en cuestión seguía tocando timbre, como si se hubiera quedado pegado a éste.
Continuamente se repiten estas escenas en cualquier vecindario, y ya está resultando, además de inútil, una especie de persecución inaceptable. Hasta tanto las autoridades no adquieran conciencia de que las enfermedades como el dengue, que ya no existían en nuestro país y que desde hace más de tres décadas se han hecho incontrolables, se deben a la insalubridad ambiental, al deterioro de la ciudad, a la acumulación de basuras y escombros por doquier, a la deficiente o casi nula recogida de basura, sobretodo en muchos barrios de la ciudad donde no existen los contenedores y las personas cuelgan las bolsas con los desperdicios en los árboles ó simplemente las tiran en cualquier rincón. Además como en todo esto influye la falta de productos para combatir las plagas, el deficiente o casi inexistente control sanitario con los animales callejeros, la tupición de tragantes y alcantarillas, la falta de limpieza en ómnibus, parques, cafeterías, mercados agrarios y de víveres, no se va a resolver el problema de controlar la epidemia, que cada vez se propaga más.
El ejemplo debe darlo el Estado, para después poder exigir a la población. Antes de perseguir y amenazar con multas, deben crear las condiciones para que haya una buena higiene que asegure la salud de toda la ciudadanía. Más que sanciones y persecuciones, educar con el ejemplo y facilitar los productos y medios necesarios a precios razonables en correspondencia con los salarios. Solo así nos podremos librar de esta persecución implacable