Foto Peter Deel
Mucho se ha escrito sobre el deterioro de la ciudad de La Habana y otras, a todo lo largo y ancho del país, y les puedo asegurar que en nada se ha exagerado. Solo hay que hacer un pequeño recorrido por cualquier barrio habanero, antes ocupados en su mayoría por familias de obreros, clase media, clase media alta, profesionales y figuras de la radio y la televisión como la Víbora, Santo Suárez, Casino Deportivo, Fontanar, Altahabana
, Nuevo Vedado, por solo mencionar algunos, para percatarse de su galopante deterioro.
En los portales de todas las viviendas se podían observar, bien temprano en la mañana, los litros de leche, el pan enganchado en la reja o colocado en el alfeizar de una ventana, al igual que el periódico. Esto formaba parte de las imágenes matutinas. A nadie le pasaba por la mente violar la privacidad de estos hogares, para apoderarse de alguno de estos artículos, tan a la mano.
Aquellos propietarios, presionados por los empujes y azotes de los drásticos cambios acontecidos en el año cincuenta y nueve, decidieron marcharse del país, teniendo que abandonar sus casas. Estas fueron "entregadas", a veces completamente amuebladas, a los "nuevos ocupantes", que nada tenían que ver con la historia de las mismas, ni con los sacrificios familiares con que fueron construidas.
Así, paulatinamente, fue cambiando el componente social de los barrios y, junto a este, la fisonomía de los mismos. Por eso, no es de extrañar, como sucede ahora en cualquiera de estos, tener que soportar el alto volumen de los equipos de música, las griterías y frases groseras dichas "a todo pulmón", la invasión a tus jardines, la impunidad con que en plena calle hombres y niños se recuestan a un muro, o entran en el pasillo de cualquier edificio a orinar, incluso a plena luz del día. Los papeles y bolsas de golosinas vacías, latas de refrescos y otros desechos que, al no haber suficientes papeleras situadas en las aceras, son lanzadas sin ningún recato a plena vía pública.
Esto no es lo peor, hay cosas más terribles aún que hieren la sensibilidad de las personas y ofrecen un espectáculo altamente desagradable, para ser observado y escuchado por cualquiera, sobre todo por los niños: el sacrificio de animales en plena vía pública o al alcance de la vista u oídos de cualquier vecino, para "ofrendarle a las deidades", a fin de que éstas les "ayuden a salir de un problema", como el recientemente efectuado en el patio de su casa, aquí en pleno Nuevo Vedado, por una vecina que está bajo investigación, acusada por un delito de desvío de recursos. O los tediosos "toques de tambor", que a veces se extienden hasta la madrugada.
Estoy totalmente de acuerdo, porque es un derecho humano, que cada quien profese la religión o culto que le parezca mejor, pero estoy en desacuerdo, conque la práctica de estos rituales o ceremonias transgreda la tranquilidad y el orden del barrio. Tampoco estoy de acuerdo en absoluto, con la matanza indiscriminada y tortura de animales para estos u otros fines. Hoy por hoy, en el mundo civilizado, en el sacrificio de los mismos para el consumo humano, se buscan y perfeccionan técnicas que reduzcan al mínimo su sufrimiento.
Observo con tristeza cada día, como esta hermosa ciudad va perdiendo todo el encanto que otrora la hiciera famosa, afeada por improvisaciones arquitectónicas descontroladas y prácticas sociales que nada tienen que ver con sus tradiciones, singular arquitectura y las buenas costumbres de antaño, que permitían una armoniosa convivencia.